El impacto de los murales en Guatemala: ayer y hoy



La fuerza de expresión que tienen los murales va más allá de sus dimensiones, desde la prehistoria hasta la pospandemia, estas piezas de arte vociferan ideas y emociones que marcan la historia.

Existen diferentes tipos de murales, las técnicas y tamaños son tan variados como los colores, pero a través de la historia todos comparten ciertas características. Por ejemplo, la capacidad para captar la atención de las personas y confrontarlas al narrar una historia o una situación.

“Al estar disponibles para diferentes públicos, en espacios habitados por grupos culturales que comparten determinadas reglas de organización legal y habitual, en un tiempo histórico determinado, los murales tienen la facultad de transmitir ideas, sentimientos y actitudes”, explica Thelma Castillo, directora de Cultura de Fundación Rozas Botrán.

De acuerdo con la especialista, “revisando la historia nos damos cuenta de que el muralismo es un arte visual de carácter público de eminente vocación social, que puede tener diferentes funciones, entre ellas religiosa, didáctica o decorativa”.

Muestra de ello son las pinturas sobre muros, de tipo mágica y religiosa, que se ejecutaron sobre rocas. Algunos ejemplos de estos vestigios se encuentran en sitios ceremoniales como Naj Tunich (Petén) y San Bartolo (Totonicapán), considerados por la Fundación Rozas Botrán como parte de los murales más representativos de la época prehispánica.

Posteriormente, destaca el muralismo con la función didáctica. “La mayoría fueron pintados por artistas locales sobre paredes de las porterías de conventos, capillas posas de los atrios y en los muros interiores de las iglesias (templo de San Cristóbal Totonicapán, portería del convento de San Francisco El Grande, La Antigua Guatemala) y Ermita del Soldado en Alta Verapaz”, indica Castillo.

El muralismo moderno

En esta época tienen lugar los murales elaborados con un fin de expresión ideológica en la región latinoamericana. Se caracterizaron por ser “un trabajo en el que destacó la técnica en fresco y yeso con cal”, comenta Mauricio Miranda, muralista profesional. Destacan los murales de Carlos Mérida, cuyo trabajó se extendió por México y Guatemala, “con abstracción de elementos indígenas, en busca de una esencia de la cultura nacional”, señala Castillo.

Entre 1950 y 1970 también se distinguió el trabajo de artistas como Jorge Montes, Roberto Aycinena, Carlos Haeussler y Pelayo Llarena, quienes promovieron la integración de las artes plásticas con la arquitectura. De acuerdo con Castillo, este movimiento estuvo encabezado por Mérida y acompañado por Efraín Recinos, Dagoberto Vásquez, Guillermo Grajeda Mena y Roberto González Goyri.

Su excepcional trabajo ha marcado la historia del arte guatemalteco, convirtiendo edificios en patrimonio cultural. Ejemplo de ello son los murales ubicados en edificios del Centro Cívico de la ciudad de Guatemala:

  • Palacio Municipal de Guatemala: integra obras de Guillermo Grajeda Mena, Dagoberto Vásquez y Carlos Mérida. Su simbolismo es histórico y cultural, narrando la conquista, representando mujeres que reciben ofrendas y cantos con temática étnica.
  • Banco de Guatemala: sus murales fueron trabajados por Dagoberto Vásquez, Roberto González Goyri y Carlos Mérida; destacan símbolos de la cosmovisión maya.
  • Crédito Hipotecario Nacional: las obras recopilan el talento de Carlos Mérida, Roberto González Goyri y Efraín Recinos. Su temática se centra en temas de producción, economía y símbolos culturales.
  • Instituto Guatemalteco de Seguridad Social: Carlos Mérida y Roberto González Goyri tuvieron a su cargo esta obra que se inspira en temas sociales y mayas.

El muralismo como libertad de expresión

Entre los años 1970 y 1990, la inestabilidad nacional ocasionó que el arte detuviera su libre manifestación. “A partir de la firma de los Acuerdos de Paz, retornó lentamente al país la libertad de expresión manifestada de diversas maneras”, comenta Castillo.

De acuerdo con Miranda, en la década de los años 80, el muralismo neoyorquino marcó un nuevo rumbo. Surgió entonces la tendencia de pintar con aerosol en las calles debido a la falta de acceso de artistas en las galerías.

“El grafiti, que ha existido desde el principio de la historia del hombre, comenzó a desarrollarse en Nueva York con dos vertientes: la ‘legal´, artistas del spray que hacen cuadros y murales espectaculares, y la ‘ilegal’, en la que todo vale: carteles, paredes en la calle y otros lugares. Esta forma de expresión llegó a Latinoamérica en el momento preciso para que muchos jóvenes manifestaran púbicamente su sentir”, agrega Castillo.

Con el paso de los años, el muralismo ha ido adaptando nuevas formas. Por una parte, apoyado por diferentes marcas comerciales que han patrocinado proyectos para llevar arte y color a edificios públicos, incluso viviendas particulares, en municipios del interior del país, como Santa Catarina Palopó, Santiago Atitlán (ambos en Sololá) y Livingston (Izabal), entre otros.

Por otra parte, la innovación de espacios artísticos ha permitido abrazar nuevos esquemas, tal es el caso de la Fundación Rozas Botrán que instaló un cuarto de proyectos y una galería al aire libre en Paseo Cayalá. El objetivo es “desarrollar un sistema desmontable de paneles para ofrecer a los artistas visuales una forma diferente de expresar su creatividad. Este sistema que supera así la rigidez natural de la tradición muralística, ha dado como resultado una serie que nosotros llamamos neomurales”, explica Castillo.

Los murales después de la pandemia

Para sorpresa de muchos, la pandemia del covid-19 se convirtió en un propulsor del arte muralista. “Ha cambiado la visión de la gente con la tendencia de tomarse una selfie teniendo de fondo un mural. Los negocios como hoteles y restaurantes, así como escuelas y organizaciones, han visto la oportunidad de aportar un grano de arena con murales representando alas de ángel o mariposas”, expresa Miranda.

Por otra parte, las iglesias siguen albergando murales para transmitir espiritualidad a sus visitantes. “Hemos trabajado con iglesias evangélicas y católicas, recién tuvimos una experiencia bonita con la iglesia de San Francisco, en La Antigua Guatemala, pintando los fondos y los telones”, agrega Miranda, quien recién inauguró una escuela de arte llamada Seeds Art.

Una de sus anécdotas más memorables está relacionada con la labor social de su arte. Tras la trágica erupción del Volcán de Fuego en 2018, recibió la solicitud de parte de unos jóvenes para realizar un mural en homenaje a tres personas fallecidas. Varias entidades se habían ofrecido a ayudar, sin embargo solo fue posible comprar los materiales gracias a la recaudación de los estudiantes y las familias de los afectados. Este mural puede apreciarse hoy en el parque de San Juan Alotenango, Sacatepéquez, como un monumento de la tragedia que marcó al país y no solo a esas tres familias.

Muchos de los murales de hoy son elaborados con la técnica mixta, usando spray en aerosol y pintura acrílica. Como parte de la evolución en este arte, también “las marcas de pintura mejoraron la calidad y son más amigables con el ambiente”, explica Miranda, quien motiva a seguir invirtiendo en el muralismo, que puede convertirse en un atractivo del país, como es el caso de otras ciudades cuyo arte urbano repercute a nivel mundial.